Football in Depth
La NFL… una pesadilla
Tuve un sueño ayer. Me veía un poco más grande en edad de lo que soy ahora.
Alrededor de 35 años cargaba en mi espalda (estilo caballito) a quien la emoción que “sentía” me decía que era mi hijo; un niño de más o menos diez años de edad completamente uniformado con una playera enorme de color morado, la cual, me recordaba revisar la mía y cerciorarme de que siguiera siendo roja con dorado…así lo era.
Mientras bajábamos las escaleras de lo que aparentaba ser mi futura casa, discutíamos como nuestros equipos vencerían al otro, nos callábamos el uno al otro con argumentos básicos de porqué el otro equipo no tenía oportunidad alguna de ganar.
Entrábamos a un cuarto lleno de imágenes legendarias; Franco Harris, Joe Montana, Bill Walsh, Adam Vinatieri, Paul Brown…todos eran parte de las cuatro paredes a las cuales, felices, acudíamos a encerrarnos como cada fin de semana. Dos sillones nos esperaban enfrente de una pantalla la cual los dos sabíamos era la cosa más importante de toda la casa.
Siguiendo con nuestra discusión, la prendíamos y nos veíamos seriamente por última vez, él se sentaba en el sillón derecho y yo en el izquierdo, el de morado y yo de rojo, ambos con gorras nuevas sonreíamos.
En la imagen enfrente de nosotros salían los dos equipos, el sonido lo aumentábamos cada vez más hasta el punto en el cual era difícil escucharnos. De repente, después de la patada inicial, en el momento en el que la ofensiva de los Ravens se presentaba y Bernard Pierce decía la Universidad en donde había estudiado, mi hijo, ese niño al cual no pude verle la cara, me preguntaba con ese tono que decepciona: “¿Y Ray Rice?”. Sintiendo completamente que yo sabía la respuesta y que había hecho lo imposible por esconderla, me desperté.
Después de seis meses largos de espera, la NFL lleva dos semanas intensas llenas de emociones y cosas inesperadas tal como lo hace cada temporada. En tan solo quince días, a nadie ya le importa Johnny Manziel, a cada vez menos gente RGIII, lo único predecible es el 8-8 de los Cowboys, por más fuerte que sea Seattle no fue invencible y los Bills son algo importante.
Desgraciadamente, tal como lo hace cada temporada, sus historias no se quedan en cosas relacionadas dentro del campo, esas historias inesperadas, una vez más, traspasan lo que nombramos como un juego y llegan a la vida “real”, tocan materias sociales y destruyen todo lo hermoso que presenta este deporte.
En 1995 fue O.J. Simpson con el presunto asesinato de su esposa (el juez lo liberó a pesar de contar con múltiples evidencias en su contra, hasta hoy se considera como uno de los escándalos más fuertes en la historia del deporte profesional), en el 2001 Rae Carruth, receptor de Carolina logró su fama solamente por el asesinato que cometió y nunca por su producción en el campo, tres años después, Bill Belichick se convertía en el centro de la “trampa” más famosa de la liga.
En el 2005 los Vikings nos regalaron su versión de Melrose Place solamente que, en ésta, fue en un yate lleno de prostitutas, en el 2007 Michael Vick nos dejó ver lo vulnerable que son estas estrellas y lo afectadas que pueden ser por sus relaciones de vida, después, que no se nos olviden las imágenes obscenas de Brett Favre circuladas por la prensa en el 2007, dos años después Roethlisberger es el centro de un escándalo de violación.
En el 2012 una de las más respetadas franquicias, New Orleans Saints,es multada por permitir bonificaciones por lastimar jugadores contrarios, el año pasado Aaron Hernández, y hoy…hoy Ray Rice, Ray McDonald, Adrian Peterson, Greg Hardy, (Inserte el nombre aquí), (Inserte el nombre aquí), etc.
Parece ser que estas historias, al igual que alguien que cree que los Cowboys deben cortar a Tony Romo, son parte de todas las temporadas. La pregunta entonces es ¿Por qué nos afecta tanto? ¿Por qué cada año se siente como si fueran potencialmente causa de un declive sobre la liga más grande del mundo? ¿Por qué una violencia contra la mujer de un jugador es fuertemente más publicada que cualquiera de los otros 1.3 millones de casos que Estados Unidos reporta cada año? Hoy, solo una idea del porqué.
¿Qué sentimos cuando vemos a Peyton Manning cambiar la jugada 125 veces, luego gritar “Omaha” y finalmente entregar una directa a su fullback para ganar…30 yardas? Sentimos genialidad. ¿Qué vemos cuando Calvin Johnson recibe un balón entre tres jugadores, camina al touchdown con el cuarto jugador colgando de su pierna derecha? Vemos fuerza bruta. ¿Qué pensamos cuando Brady lanza un pase de touchdown con la presión en su cara recibiendo el golpe? Pensamos en valentía (y/o envidia) Por último, ¿Qué añoramos cuando alguien como Adrian Peterson rompe su rodilla por completo y termina, al año siguiente, como líder corredor? Añoramos tener esa determinación en la vida.
El deporte (no solo éste), desde su existencia, ha representado la realidad alterna más creíble y palpable en nuestras vidas. Un juego deja de serlo en el momento que admiramos y obsesionamos cada una de las acciones que vemos y cada uno de las personas que las hacen. Por siglos, hemos visto en estos seres humanos lo que no podemos lograr, lo que, si nuestras mentes vuelan y sienten imitarlo, nos hace sentir otras personas.
Siguiendo así, ¿qué pasa cuando un sueño es interrumpido? DESPERTAMOS. Nos regresa a la realidad. Y si nuestro sueño nos hacia sonreír; lo dejamos de hacer. Eso significa O.J. Simpson asesinando a alguien. Eso es Michael Vick y su adicción por maltratar a los animales. Eso es Adrian Peterson y su juicio que enfrenta. Ese es Ray Rice pegándole a su mujer. Es nuestro sueño, que constaba de un espacio de 100 yardas, extenderse fuera del hasta tocar la realidad, hasta recordarnos que los errores cometidos por estas personas no son más graves que los que comete el común de la sociedad pero que, sin embargo, si son mucho más dolorosos que éstos…por el hecho que a todos nos despierta una vez más.
Hasta lo posible, peleemos por nunca despertar. Hagamos un esfuerzo por tratar este juego como lo que es. No despertemos.
Feliz Semana 3